En 1893, Henry Ziegland abandonó a su novia y ella se
suicidó. Para vengarse, su hermano lo siguió hasta su casa y le disparó en el
jardín, y angustiado por haberlo matado se pegó un tiro. Pero el agredido
sobrevivió, ya que la bala sólo le rozó la cara y se incrustó en un árbol. Sin
embargo, acabó con su vida, veinte años después.
En 1913, Ziegland decidió dinamitar las raíces de dicho
árbol, que todavía tenía el proyectil incrustado, para arrancarlo del jardín.
La explosión propulsó la bala, que impacto en su cabeza y le produjo la muerte
instantánea.
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