La idea de profanar una tumba y el cadáver enterrado en ella
suscita los más terribles presagios de mala suerte y muertes. Es algo que
subyace en nuestra conciencia social y que nos empuja a buscar explicaciones
irracionales en sucesos que difícilmente pueden entenderse. Aquel 26 de
noviembre de 1922 se desató la maldición más terrible conocida por el mundo: la
maldición de Tutankamon. Aquel 26 de noviembre, a las puertas de la tumba se
encontraron Howard Carter, su descubridor, Lord Carnarvon, su mecenas, lady
Evelyn Herbert, hija de Carnarvon, Arthur Callender, su ayudante, y hasta 20
personas más, entre ayudantes, científicos y altas personalidades.
Cuando, tras quitar el sello, Carter asomó la cabeza, a su
espalda, Lord Carnarvon le preguntó lo que veía…
… Carter, sin saber la terrible ola de muertes que se
sucedería tras la apertura, dijo sereno:
"Cosas maravillosas"“, dijo Howard Carter,
respondiendo a la pregunta de Lord Carnarvon por lo que veía en su interior. Y
acto seguido acabó por romper el sello de la entrada y deslizándose cámara
adentro buscó aquel fabuloso tesoro escondido entre las arenas y las piedras
del Valle de los Reyes durante más de 3.000 años.
Nada más entrar pudo observar que la tumba ya había sido
profanada anteriormente; sin embargo, extrañamente, los ladrones nada parecían
haberse llevado. Tras aquella segunda puerta la luz de sus antorchas iluminaron
el mayor tesoro que ningún arqueólogo pudiera imaginar antes: figuras de
animales, estatuas, joyas, oro. El silencio se hizo aún más sepulcral; todos
los invitados a la apertura quedaron absortos ante semejante belleza. Carter se
dio cuenta inmediatamente de que había cambiado la Historia para siempre, que
su descubrimiento había sido el más importante de toda la historia de la
Egiptología hasta ese momento, y probablemente en muchos años más. Y aún les
faltaba por visitar la cámara mortuoria.
La tumba tenía cuatro cámaras; en la tercera de ellas estaba
la Sala del Tesoro en la que una colosal estatua de Anubis guardaba y protegía
el cofre donde se guardaban los órganos de Tutankamón. La última era la cámara
mortuoria, y al fin, Carter pudo constatar que los sellos estaban intactos. Las
consecuencias fueron inmediatas: la momia aún estaba dentro, y, desde ese
momento, los ojos del mundo se volvieron hacia aquella expedición a la que se
seguía con una mezcla de expectación, emoción pero también temor.
Las primeras muertes no tardaron en llegar. Apenas siete
semanas después de haber abierto la cámara mortuoria, lord Carnarvon, el
mecenas de la expedición y mejor amigo de Howard Carter, murió por una
neumonía. O al menos eso es lo que figura en su certificado de defunción, pues
algunos científicos aseguran que fue por una septicemia, producto de una
infección en una herida que se hizo y que desembocó en aquella neumonía fatal
el 5 de abril de 1923.
En un país como Egipto, tan espiritual, donde el hogar eterno
es el lugar donde moran los ka o almas de los muertos, aquello fue la primera
señal de que una maldición se había lanzado sobre aquel descubrimiento. Máxime
cuando, supuestamente, cuentan que aquel mismo día de abril de 1923, las luces
de todo El Cairo se apagaron, y el fiel perro de Lord Carnarvon, a miles de
kilómetros de distancia, en su Inglaterra natal, cayera muerto en aquel mismo
instante en que su amo había muerto.
Sin embargo, aquella muerte no había sido la primera.
Durante meses Howard Carter había estado excavando toda aquella zona en busca
de una misteriosa tumba y de un desconocido faraón que podría estar enterrado
por allí. Ansiaba encontrar a Tutankamón, pero hasta entonces la búsqueda había
sido en vano. Dicen que cierto día Carter se presentó con un canario, y que
cuando le preguntaron, aclaró que era para que le trajera suerte. A los pocos
días de estar el canario en el campamento, sus ayudantes lo avisaron de que
habían desenterrado lo que parecían unos escalones que bajaban a algún sitio.
La habían encontrado. A fin de cuentas, parecía que aquel pájaro sí les había
traído suerte. Pues bien, el mismo día en que Carter abrió la cámara mortuoria,
una cobra, considerada el animal sagrado asociado a los faraones, atacó al
canario y lo mató. Los trabajadores egipcios empezaron a murmurar que era el
espíritu de Tutankamon encarnado en aquel animal.
Seis meses después de la muerte de Lord Carnarvon, falleció
su hermano Aubrey tras ser operado, aparentemente sin importancia. Arthur Mace,
el ayudante personal de Carter murió al poco de una pleuresía. En 1926 lo hizo
el egiptólogo francés que había asistido a la apertura, Georges Bendi, al
caerse en las escaleras visitando la tumba. Otro de los visitantes diplomático,
un príncipe egipcio, murió tiroteado. Un compañero del francés, el egiptólogo
egipcio James Breasted lo hizo de una infección; George J. Gould,
norteamericano, se resfrió en la tumba y murió poco después. Richard Bethel,
secretario personal de Carter, lo encontraron muerto de un infarto, y poco
después, fue su padre, el que se suicidó tirándose por una ventana, y así hasta
una veintena de extrañas muertes.
¿La maldición? ¿pura casualidad? ha habido tumbas en las que
se han encontrado tablillas grabadas con una maldición, costumbre que tenían
desde que estas tumbas eran saqueadas, como medio para ahuyentar a los
ladrones. Sin embargo, Howard Carter siempre mantuvo que nunca encontraron una
tablilla así.
Ha habido científicos que adujeron que todo se debió a la
inhalación de gases, pero siempre se suelen tomar las medidas necesarias
sabiendo que una tumba cerrada durante tantos años expulsa al exterior en su
momento de la apertura infinidad de bacterias. Generalmente, suelen dejar la
tumba abierta dos días, para que se airee, antes de entrar.
De todos modos, lo cierto es que no hay nada lógico que
induzca a pensar que hay una maldición y el mejor ejemplo de ellos es Carter,
el más implicado, a quien no ocurrió nada. Pero como decíamos en nuestro primer
artículo sobre la maldición de Tutankamon, subyace en la mentalidad social que
a quienes profanan una tumba, siempre debe sucederles algo.
0 comentarios:
Publicar un comentario